El transeúnte caminaba por un sector de mala muerte de la gran Ciudad.
Al pasar cerca de una casa de lenocinio, el portero le dijo:
- ¡Chicas, chicas, siga, chicas vírgenes!
El hombre dio dos pasos más, pero se volvió rápidamente donde el portero.
- ¡Oiga, no sea imbécil! ¿Cuántos idiotas cree usted que se tragarán ese cuento?
El portero sonrió y le respondió:
- Ah, eso sí no sé…
¡Pero no me va a decir ahora que la curiosidad no mató al gato!
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