La casa era magnifica, en una calle poco transitada de la colonia Roma. Con fachada de cantera y balcones de madera con cristales biselados. Muy bien conservada. Dentro, un pequeño jardín con fuente que insistía en lanzar al aire chorros de agua, adornaba apenas el lugar. Sofía se sintió como en la casa de sus abuelos, cuando jugaba sola en un lugar semejante. Los dos ancianos le fueron mostrando una a una las habitaciones. Lleno de muebles antiguos y cuadros de bodegones viejos y apolillados que aún lucían orondos colgados en las paredes tapizadas de satín. Una pianola de rollo descansaba en un rincón del pasillo que llevaba al segundo piso. Todo decorado con un gusto del siglo pasado. Sofía no comprendía como estos señores estaban vendiendo aquella casa en un precio tan módico…
-. No podía dejar pasar esta oportunidad.- pensó mientras caminaba delante de la pareja rumbo a la cocina. La muchacha se sorprendió, una enorme estancia limpia como quirófano brillaba bajo la luz de las lámparas que aún parpadeaban, encendiéndose. La mesa de centro, con una base de mármol gris impoluta, estacaba del resto de los muebles. Ollas, cacerolas y marmitas de acero despedían un frío glaciar. En una esquina, un enorme cazo de cobre resaltaba sobre todo lo demás. -. ¡ Dentro podría cocinarse una vaca entera¡ .- pensó Sofía.
¿ Qué le parece señorita? .- escuchó la voz del anciano a sus espaldas. -. La cocina es nuestro orgullo.- continuó la voz de la mujer. Al voltear, la joven miró a los dos ancianos con mandiles de cuero puestos, acercándose a ella con dos enormes cuchillos destellando en ambas manos. Al mismo tiempo que un grito ahogado luchaba por escapar de su boca, las luces se apagaron.
No hay comentarios:
Publicar un comentario